—No puedo más, necesito que me ayudes.
—¿En serio? El Doctor Arrubal me está pidiendo ayuda a mí.
—No me fastidies. ¡No sé qué hacer!
—Que no sepas qué hacer sí que es una novedad. Seguro que es una chorrada. Pero anda, dime en qué necesitas que te ayude. —le dijo el hermano sin estudios, al Psicólogo de prestigio.
—Llevo seis meses manteniendo una relación secreta con una señora. No me preguntes cómo pasó porque no lo sé. No es especialmente atractiva, tiene dos hijos preadolescentes, no tiene estudios y lleva años sin trabajar. Pero cada vez que hablaba con ella, me miraba de una forma que terminó por desarmarme.
—Hermanito, hasta ahora no sé dónde está el problema. No pasa nada porque no trabaje, con lo que tú ganas pueden vivir los tres contigo sin problema. Sobre lo de los estudios, sé que no lo dices con mala intención, pero por mucha psicología que domines, siempre has distinguido a la gente por su clase social. ¿Es ese el problema? Porque, si es así, no sé en qué carajo piensas que te puedo ayudar yo.
—Es que estar con ella es un error. ¡Es una paciente!
—¡No me jodas! El psicólogo purista se saltó una de sus reglas.
—No son mis reglas. ¡He violado el código ético de mi profesión!
—¿Lo han descubierto? ¿Te van a sancionar?
—No, al menos, de momento.
—Pues Iker, aparte de demostrar que eres humano, cosa que, salvo cuando te salía sangre si te dabas un golpe de pequeño, ya casi había pensado que no era cierto, sigo sin saber en qué te puedo ayudar.
—Ella es víctima de violencia de género, y vive en un refugio de mujeres agredidas con sus dos hijos. Yo soy voluntario en la fundación desde hace más de diez años, como psicólogo para esas mujeres. Aunque ella me gusta, sé que lo que estamos haciendo está mal. Y le he dicho que lo tenemos que dejar, que no puedo seguir con esto, que me está generando un problema moral, y no me encuentro a gusto. Y que los dos debemos pasar página.
—Bien, parece sensato.
—Ella no piensa igual. Me acusa de haberme aprovechado de ella y de que ahora quiero abandonarla. Y me ha amenazado con hundirme profesionalmente, con contar lo nuestro, y, por si fuera poco, con llamar a su exmarido para que ajuste cuentas conmigo.